II. Soraya y Mariano, retrato de pareja (capítulos 14 a 26)

14.- Primera cita



Soraya y Mariano se conocieron el verano del 2000. Él tenía cuarenta y cinco años y llevaba barba desde los veinticuatro, cuando se la dejó para ocultar las heridas que sufrió al despeñarse en su coche por Palas de Rei. Ella acababa de cumplir veintinueve y al reír seguía enseñando el mismo diente roto que paseaba de niña por Berlanga de Duero, Soria, el pueblo de su madre, el pueblo en el que despachaba pan y pasó todas sus vacaciones hasta licenciarse con honores por la Universidad de Valladolid. Aquel verano del año 2000 él era vicepresidente primero del Gobierno y ministro de Presidencia. Hoy ella es la única vicepresidenta de Gobierno y ministra de Presidencia. Él sigue con la misma barba. Ella se arregló la paletilla. Llevan catorce años juntos.
Recién estrenado el verano de 2000, con el currículo debajo del brazo, Soraya fue a La Moncloa a una entrevista de trabajo. Contaba por aquel tiempo veintinueve años recién cumplidos, hacía dos que trabajaba como abogado del Estado en León, adonde había sido destinada tras aprobar la oposición, y se había enterado de que el Gobierno buscaba asesores jurídicos. Así que el 29 de junio, el día del cumpleaños de su madre, se montó en un autobús y enfiló hacia Madrid.
La anterior es una versión del "cómo empezó todo" que El País publicó tras una entrevista de Antonio Jiménez a la Vicetodo. En 2007, otra entrevista de Virginia Miranda para el semanario El Siglo, la actual vicepresidenta dio una versión ligeramente diferente: Soraya recuerda perfectamente el día en que empezó a trabajar en Presidencia del Gobierno con Mariano Rajoy porque era el cumpleaños de su madre. Un compañero la avisó de que el ahora presidente del PP buscaba un abogado del Estado y mandó su currículum –ella entonces trabajaba en León– a la sede de Génova.
¿Fue a la entrevista el día del cumpleaños de su madre o empezó a trabajar el día del cumppleaños de su madre? ¿Y fue a Moncloa o a Génova? Bueno, puede que no importe. O sí. Ya veremos. Lo dejamos ahora en que el día del cumpleaños de su madre, Soraya marchó en autobús a Madrid. De León son unas tres horas y media a Madrid. Uno la imagina perfectamente en el ALSA, repasando mentalmente su entrevista, preparándola, anticipándose, entre estudiantes y curritos que iban también a la capital, a buscarse la vida, cada uno a lo suyo.
Ya en Madrid, Soraya fue entrevistada por Francisco Villar, médico cirujano y jefe de Gabinete del por entonces vicepresidente de Gobierno Mariano Rajoy. Francisco había sido con anterioridad secretario de Estado para el Deporte, siendo Mariano Rajoy ministro de Cultura, Educación y Deporte, y todavía antes fue secretario de Estado para las Administraciones Públicas, siendo ministro del ramo, pues sí, Mariano Rajoy. Francisco, no hace falta decirlo, de quien era realmente secretario era de Mariano Rajoy. Más que secretario. Francisco era el hombre de confianza de Mariano, el capataz de sus asuntos publico-privados, su fiel amigo.
Para hacer carrera en la Administración española Villar contaba con dos reconocidos talentos, dos condiciones cruciales que lo hacían indispensable a Mariano; la primera era que F. Villar era de la pandilla de Rajoy de Pontevedra, de su clan más íntimo. Gracias a eso mereció ser secretario de Estado de lo que se terciase, y cuando vinieron mal dadas, es decir, cuando el PP sufrió la infamia del 11-M, perdieron las elecciones, y lo que fue peor, el Gobierno, pues mereció un acta de diputado como desagravio; el segundo talento de Villar era su afición por los deportes, en concreto por el pádel y el ciclismo, un mérito singular por el que el Gobierno de España que presidía José María Aznar, gran aficionado al pádel, y vicepresidía Mariano Rajoy, gran aficionado al ciclismo, lo honró con la Real Orden al Mérito Deportivo en 2002, la más alta distinción que se otorga al deporte en España.
Pero volviendo al relato que nos interesa, estábamos en que Francisco Villar, médico cirujano, insigne aficionado al deporte, pontevedrés de adopción, amigo de Mariano, secretario personal de Rajoy, polímata de la Administración Pública española, hombre colmado de atributos en definitiva, le hizo a Soraya Sáenz de Santamaría, brillante abogado del Estado recién apeada del ALSA con toda su juvenil ingenuidad e ilusión intacta, le hizo, digo, la pregunta decisiva:
- ¿A usted le gusta estar continuamente gestionando líos?
- No.
La contrató, claro.
Esta es la simpática anécdota con la que Soraya Sáenz de Santamaría redondeaba la historia de su casual entrada en política.
Pero lo cierto es que la realidad fue algo distinta. Sólo un poco, pero lo suficiente para ser otra. Soraya no ganó su oposición con veintisiete años, sino con veintiocho. El primer ejercicio comenzó el 19 de mayo de 1998, cuando tenía, en efecto, veintisiete años, pero Soraya cumple en junio y el desarrollo de la oposición se demoró todavía unos meses, durante los cuales el Tribunal sufrió al menos tres cambios en sus componentes. La lista de aprobados no salió publicada en el BOE hasta el 28 de diciembre de ese año, y el nombramiento oficial se demoró hasta enero de 1999. Soraya, que prenda de detalles intrascendentes su llegada a Madrid, nunca desmiente a quienes dicen que ganó la oposición con veintisiete años y que llevaba dos en León cuando fue a Madrid. Ella, que está en todo, que no da puntada sin hilo, deja que se diga. No deja de ser una cuestión menor, un pequeño gesto de coquetería política. Ella deja correr su buen nombre.
El caso es que Soraya llevaba poco más de un año en León cuando, aconsejada por un amigo, o por un compañero, fue a Madrid, unas veces a Génova, otras a Moncloa, con veintinueve años, el día del cumpleaños de su madre, un veintinueve de junio, en un ALSA, para una entrevista de trabajo. Porque un amigo, a veces un compañero, le había dicho que en Moncloa buscaban abogados del Estado. Ella fue como tantos, como todos, como cualquiera. A buscarse la vida. A probar fortuna.
Pero no. Tampoco. Porque una abogado del Estado-Jefe de León, aunque sólo lleve un año raspado en el puesto, no va a entrevistas laborales así como así, como cualquiera, como quien va a Alemania con una mano delante y otra detrás, a probar suerte, que le han dicho que allí hay trabajo. No. El amigo, el compañero de trabajo que le había dicho que en Moncloa buscaban abogados del Estado no era otro que Eugenio López Álvarez, abogado del Estado, preparador de oposiciones de Soraya, director general de Deportes, director del Secretariado del Gobierno, secretario general técnico en los ministerios del Interior, de la Presidencia y de Administraciones Públicas. O sea, otro del clan de Mariano Rajoy, aunque quizá no tanto como Villar, que Eugenio, de Valladolid, no era de sus íntimos de Pontevedra. Pero era uno de los que cuentan al fin y al cabo.
Solo en una ocasión bajó la guardia Soraya. Esther Esteban, de Estrella Digital, despejó la intrahistoria de éxito de Soraya, cómo hizo su primer millón. Ahí dejó escapar Soraya que fue Eugenio López quien le ofreció el puesto. Y fue él quien la recomendó a Rajoy. Eugenio López fue el preparador de oposiciones de Soraya y era parte del equipo de Rajoy y Villar, de su clan. Eugenio era el eslabón de Soraya con Rajoy, era ese amigo que pasaba por allí, ese conocido casual.
Hoy Eugenio está de nuevo en la brecha y ¡qué vueltas da la vida! ahora a las órdenes de Soraya en una de esas direcciones de la Cosa en Rtve. De algún modo, desde allí puede seguir cuidando de Soraya, de su imagen pública, y seguro que ella se lo agradece. Eugenio puede estar orgulloso. ¡Hay que ver qué gran servicio le hizo a Mariano con aquella recomendación!
No fue ningún azar de la vida lo que unió a Soraya con Mariano, no fue una casualidad, no fue uno que pasaba por allí quien convenció a la flamante abogado del Estado-Jefe de León para ir a Madrid, a probar fortuna. Soraya no mandó un currículo a ciegas para que una ETT la eligiera a ella de entre otros trescientos candidatos, ni se enfrentó a un proceso de selección de personal organizado por un director de recursos humanos empeñado en justificar su propio puesto. Entre ella y Rajoy solo había una persona, a lo sumo dos, Francisco Villar y Eugenio López, y este segundo era su preparador, con quien durante cuatro años, seis y siete días a la semana, doce meses al año, Soraya estudió su oposición, ésa que ganó con el número dos.
Una plaza a Magistrado, a Fiscal, a Notario, a Registrador, a Abogado del Estado, a una alta oposición del Estado, es un triunfo del opositando tanto como de su preparador. Un número uno, un número dos, uno que la saca a la primera, es un condiscípulo de mérito, un compañero a tener en cuenta, un nuevo nodo en la red de apoyos e influencias. Muchos preparadores cobran, otros no, pero para todos es un orgullo y una satisfacción -que diría el rey padre- situar a sus opositandos en los mejores puestos, hacer escuela y cantera en la Administración.
Éste es un mundo pequeño, de conocidos, de filiaciones, de familias, de reconocimientos, de recomendaciones, de fútiles vanidades intelectuales y cerrados intereses profesionales. Los mejores opositores buscan a los más renombrados preparadores. Y una vez pasan la oposición, las relaciones entre ellos se mantienen durante años, a veces para toda la vida.
Eugenio López, el preparador de oposiciones de Soraya, de quién olvidaba el nombre en casi todas las entrevistas y a quien disfrazaba en otras como: un amigo que me avisó de que en Moncloa buscaban abogados del Estado, no solo era otro abogado del Estado, no sólo era un cargo político de confianza de Mariano Rajoy, era un miembro del clan de Mariano y era el preparador de oposiciones de Soraya. Él fue la Celestina de Mariano y Soraya.
¿Qué muestra más de Soraya, lo que nos cuenta o lo que nos oculta? ¿Por qué mintió durante años? ¿Cuánto de su vida, de lo que sabemos de ella, es casual? ¿Hasta qué punto cuida y prepara Soraya Sáenz de Santamaría su imagen?
Esta es la historia de cómo Soraya llegó a Madrid para entrar en el clan de Mariano. Con toda la amabilidad del mundo la recibió Francisco Villar, no porque Francisco fuese un tipo amable, que seguramente lo era, sino porque recibía a una joven abogado del Estado llegaba con todas las recomendaciones posibles. Ella era a una discípula de Eugenio a la que habían decidido integrar en su grupo, a la que abrían sus puertas. De modo que aunque en las entrevistas Soraya nos cuente esta bonita historia y repita con gracia la educada pregunta de Villar: ¿A usted le gusta estar continuamente gestionando líos?, que sí, que seguro que se lo preguntó, no fue como ella quiere contarlo.
Mariano y Soraya no se conocieron por casualidad, fueron presentados en toda confianza, en buena sociedad, en encuentro concertado, conociéndose bien quién era quién, de dónde salía cada cual. Así, como se las ponían a Fernando VII, le pusieron a Soraya a Mariano Rajoy en Moncloa, bien dispuesta para entrar a formar parte de su familia marianista, sabiendo a qué iba. Allí es donde se conocieron y donde esta no tan extraña pareja ha vuelto para gobernar España
Por cierto, Graciano Palomo, en su biografía seudoficial de Rajoy, aseguró que Mariano había conocido a Soraya en una visita a León y que luego la llamó a Madrid. ¿Es ésta la versión de Rajoy? Sucede a veces en las parejas, que no se ponen de acuerdo, que no se acuerdan.
¿Quién eligió a quién?