A
diferencia de la victoria de Aznar en 1990, la de Rajoy en 2008 fue
una victoria sin perdedores oficiales, sin muertos; una victoria a
medias, muy del estilo de Mariano. Para cerrar el Congreso, Rajoy
anunció: la
continuidad en el discurso y la renovación en los equipos.
Fue un quiero y no puedo. Continuidad y renovación. No hubo ni una
cosa ni la otra. ¿Cómo podría? Rajoy mismo era la vieja guardia,
más vieja guardia que nadie en realidad. Ni la Esperanza, ni el
Peluche Oreja, ni Pijus Magníficus Rato, ni el Engolado Trillo, ni
el Picha Arenas, ni siquiera Gallardón, el Repelente Niño Vicente
del PP, por mucho que su papá fuera socio-fundador y él el más
precoz secretario-general, pueden presumir de ser más vieja guardia
que Rajoy.